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EL ROSTRO HUMANO - ANTONIN ARTAUD

FICCION

                 El rostro humano es una fuerza vacía, un campo de muerte.


            La vieja reivindicación revolucionaria de una forma que nunca se ha correspondido con su cuerpo, que querría ser algo distinto que su cuerpo.


            Es absurdo entonces reprocharle su academicismo a un pintor que aún se obstine en reproducir los rasgos del rostro humano tal como son; porque tal como son todavía no encontraron la forma que ellos indican y denotan; y no hacen más que bosquejar, de la mañana a la noche, y en el medio de diez mil sueños, machacados como en el crisol de una infatigable palpitación apasionada.


            Lo que significa que el rostro humano todavía no encontró su cara, y que depende del pintor que se le conceda una. Pero esto significa que la cara humana tal cual es está aún explorando con dos ojos, una nariz, una boca y dos cavidades auriculares que corresponden a los agujeros de las órbitas como las cuatro aberturas de la bóveda sepulcral de la muerte próxima.


            El rostro humano muestra, en efecto, una suerte de muerte perpetua sobre su rostro de la cual el pintor puede salvarlo devolviéndole sus propios rasgos.


            Hace mil y mil años que el rostro humano viene hablando y respirando y uno todavía tiene la impresión de que no ha empezado a decir lo que es y lo que sabe.


            Y yo no sé de ningún pintor en la historia del arte, de Holbein a Ingres, que haya logrado hacer hablar a este rostro del hombre. Los retratos de Holbein o Ingres son paredes espesas que no explican nada sobre la antigua arquitectura mortal que se sostiene bajo los arcos de la bóveda de los párpados, o que se empotra en el túnel cilíndrico de las dos cavidades murales de las orejas.


            Solo Van Gogh supo arrancarle a la cabeza humana un retrato que era el cohete explosivo del latido de un corazón estallado.


            El suyo.


            La cabeza de Van Gogh con su sombrero de fieltro transforma en huecos y nulos a todos los intentos de pinturas abstractas que puedan ser hechos después de él, hasta el fin de las eternidades.


            Porque éste rostro de carnicero ávido, proyectado como un disparo de cañón hacia la superficie más extrema de la tela, y que de golpe se ve detenido por un ojo vacío y vuelto hacia adentro, agota a fondo los secretos más especiosos del mundo abstracto donde la pintura no figurativa puede complacerse, por eso, en los retratos que yo he dibujado, evité ante todo olvidar la nariz, la boca, los ojos, las orejas o el pelo, pero traté de hacer que ese rostro que estaba hablándome contara el secreto de una vieja historia humana que pasó como si estuviera muerta en las cabezas de Ingres o de Holbein.


            Algunas veces, junto a las cabezas humanas, he hecho aparecer objetos, árboles o animales, porque todavía no estoy seguro de cuales son los límites donde el cuerpo del yo humano puede detenerse.


            Además, he roto definitivamente con el arte, el estilo o el talento en todos los dibujos que verán aquí. Quiero decir que maldito sea quien los considere obras de arte, obras de simulación estética de la realidad.


            Ninguna es propiamente hablando una obra.


            Todas son bosquejos, quiero decir golpes vacilantes o sondeantes dados en todos los sentidos del azar, la posibilidad, la suerte o el destino.


            No me he cuidado de cuidar mis trazos o mis resultados, sino de expresar suertes de verdades lineales manifiestas que tanto valen a través de las palabras, las frases escritas, como del grafismo y la perspectiva de los trazos.


            Es así que varios dibujos son mezclas de poemas y retratos, de interjecciones escritas y de evocaciones plásticas de elementos, de materiales, de personajes, de hombres o de animales.


            Es así como deben aceptarse estos dibujos, en el barbarismo y desorden de su grafismo “que nunca se preocupó por el arte” sino por la sinceridad y espontaneidad del trazo.


  


Traducción de Martín Caparrós y Christian Ferrer


 


Texto de la plaqueta que acompañaba la exposición de dibujos de Antonin Artaud titulada “Portraits et dessins”, expuestos en la Galería Pierre Loeb, en París, que duró del 4 al 20 de julio de 1947. El breve ensayo había sido escrito en junio en la ciudad de Ivry y más adelante sería publicado por L'Ephimére, nº 13, en el año 1970.

Publicado por

Christian Ferrer

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